El país de los anuncios, no de los resultados
Colombia se acostumbró a un Gobierno de anuncios.
11:21 a. m.
Cada semana hay un nuevo titular, una nueva reforma, una nueva promesa que parece cambiarlo todo, pero que al final no transforma nada. Nos convertimos en un país donde la retórica se volvió política pública, porque los ciudadanos ya no esperan resultados: esperan declaraciones.
El Gobierno actual ha hecho del discurso su única estrategia. Se habla de justicia social, pero la pobreza aumenta. Se habla de reindustrialización, pero la inversión cae. Se habla de empleo digno, pero los empresarios cierran y el trabajo es cada vez más informal.
El Estado no puede vivir en modo promesa permanentemente. La economía no se sostiene con esperanza, sino con confianza e inversión.
Colombia tampoco necesita más improvisación tributaria, ni reformas que cambian las reglas cada año para calmar la sed fiscalista y financiar subsidios sin propósito, burocracia y gastos de funcionamiento.
Necesita estabilidad, seriedad y respeto por quien produce y trabaja. La justicia social no se logra atacando al sector privado, sino aliándose con él para generar más oportunidades, más empresa y más empleo. Un país que castiga a la empresa y al empresario, y glorifica la dependencia de los ciudadanos mediante subsidios sin propósito —que da el pescado, pero no enseña a pescar ni brinda las facilidades para hacerlo— termina devorándose a sí mismo.
La economía no se arregla con discursos de barricada, sino con inversión, productividad, infraestructura, educación técnica y crédito responsable.
Lo que la gente quiere no son subsidios que duran un mes, sino oportunidades que duren toda la vida.
La prosperidad no se decreta: se construye con hechos. Y los hechos —no los discursos— son los que separan a los países que avanzan de los que se estancan.
La verdadera justicia social no se anuncia: se logra con la empresa y los empresarios, quienes son los creadores de las oportunidades, la riqueza y el empleo.