Opiniónjunio 28, 2022hace 2 años

El legado del presidente Duque

Para unos 10 en administración y cero en política. Para otros, un gobierno de transición

En una de mis columnas dije que el juicio al presidente Duque lo hará la historia y que, si quien llegaba a sucederlo era Petro, ese legado sería difícil de digerir, incluso para él mismo.

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Duque tiene muchísimas realizaciones que mostrar, no obstante haber tenido que soportar una feroz pandemia, una migración venezolana sin antecedentes y una férrea oposición que se trasladó a las calles mediante paros, manifestaciones y desmanes encaminados a entorpecer y obstaculizar su gobierno y aun a tumbarlo. La llamada Primera Línea estuvo alimentada por quienes hoy resultaron electos para la presidencia.

Esas tres situaciones fueron superadas por Duque. Enfrentó la pandemia con un exitoso plan de vacunación y de salud y, después, con una vigorosa recuperación económica que ha sido mundialmente destacada. A la migración venezolana, con una solidaridad sin precedentes, brindando status y protección a los migrantes. A los paros, con serenidad y equilibrio, si bien con alguna reacción tardía y tímida, puesto que las consecuencias de esos paros y desmanes fueron desastrosas para la economía y sumieron a la población en el miedo y en el caos. Pero logró mantenerse en el poder cuando la oposición lo quería tumbar.

La gestión de Duque en los campos de infraestructura, vivienda, salud, energía, petróleo, medio ambiente, educación, economía y empleo es destacada, aún en medio de las difíciles circunstancias que heredó y merece sin duda el reconocimiento ciudadano. Además, Duque se mueve mejor que nadie y como pez en el agua en los escenarios internacionales, dejando en alto el nombre de Colombia.

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Paralelamente, Duque se apartó del partido que lo hizo elegir y gobernó con banderas distintas a las que enarboló como candidato, particularmente en el tema de la paz. Poco o ningún juego dio a sus copartidarios y no se preocupó -al menos inicialmente- por construir una gobernabilidad que le permitiera salir avante en los temas que prometió como candidato. Su gobierno, en este tema, pareció más ser continuidad del gobierno Santos, que el de alguien interesado en ejecutar sus programas de campaña.

En la historia de Colombia el presidente saliente suele quedar al mando de su partido o con una gran influencia en él, pero no parece que este vaya a ser el caso. Deja Duque al que era su partido -el Centro Democrático-, deshilvanado y remando en distintas direcciones. Claro está que la responsabilidad es solo parcialmente suya pues los dirigentes de ese partido cometieron graves equivocaciones durante el proceso electoral, además de que el accionar de su líder natural, el expresidente Uribe, se vio afectado por diversas razones. EL CD tuvo excelentes candidatos, pero ninguno tuvo éxito.

Todo presidente aspira a que no lo suceda su opositor, pero la gestión de Duque lastimosamente no fue suficiente para obtener un fuerte apoyo popular o para que lo sucediera alguien cercano a sus afectos o ideas. Por el contrario, el pueblo escogió a Gustavo Petro, su más férreo opositor, lo que llevó a algunos a afirmar -justificada o injustificadamente- que el gobierno de Duque fue el de transición, a la manera del de Kérenski en Rusia, que dio paso a los bolcheviques.

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En el tema electoral Duque, como dije en otra columna, se lavó las manos y se mantuvo ajeno a todo el proceso electoral. Por otra parte, nadie exigió reconteo de votos que explicara el significativo y sorpresivo incremento de votos que tuvo Petro en la segunda vuelta. No quiso hacerlo Rodolfo Hernández, quien antes de la segunda vuelta manifestó temor por su vida y se encerró. La entrega rápida de resultados sólo significa eso, que fue rápida, y no que el proceso haya estado exento de irregularidades, algunas denunciadas en redes sociales. Lamentablemente, no hubo auditoría internacional, muy necesaria habida consideración de las claras irregularidades y actuaciones dolosas reveladas por el propio registrador en las elecciones para Congreso, que dejaron a la Registraduría en entredicho y sin credibilidad.

Petro, inteligentemente, hizo un llamado a un acuerdo nacional y a ese llamado respondieron los partidos políticos buscando saciar sus apetitos burocráticos y la mayoría anunció que no hará oposición y que apoyará la agenda legislativa del presidente electo, así no se conozca con exactitud cuál es esta, es decir, se está en presencia de un respaldo a ciegas, a la manera del que ilustra la ópera “Evita”, todos bailando alrededor de Evita y de Juan Domingo Perón, cuyas consecuencias aún soporta Argentina. Lo que ayer era malo, hoy, por arte de birlibirloque, se tornó bueno, renegándose de las ideas propias para adoptar las del adversario, sin beneficio de inventario y sin recato alguno.

Rodolfo Hernández ya anunció que tampoco hará oposición, y la consecuencia inmediata es que el numeroso caudal de votos que obtuvo quede expósito, sin que haya un líder visible que lo canalice o esté dispuesto a hacerlo.

El mentado acuerdo nacional, de consolidarse, será una panacea si lo que sale de ahí es bueno, pero si, por el contrario, se traduce en reformas nocivas y que debiliten las instituciones, el perjuicio será obvio. Y, aún en el primer caso, no está exento de reservas pues la ausencia de oposición puede traer en el mediano plazo, y aún en el corto, la desaparición de la democracia pues significa que los otros partidos dejan de ser alternativa de poder, cuando la esencia de cualquier partido es la búsqueda del poder. Un régimen democrático exige que haya partidos de oposición, que disputen el poder con quien lo ocupa y que discutan con él las soluciones políticas a los requerimientos sociales, como presupuesto para la existencia de una verdadera democracia. 

Los antecedentes de Petro, los métodos por su campaña utilizados y las claras simpatías que ha demostrado en el pasado hacia regímenes dictatoriales y no democráticos hacen presumir que similar modelo quiere implantar en Colombia, a pesar del fracaso de esos regímenes y de los desafortunados ejemplos del vecindario. Además, ya se han presentado episodios de intolerancia llevados a cabo por las huestes petristas, como lo sucedido a Egan Bernal, y proclamas de admiración a Fidel Castro en la propia Plaza de Bolívar, que no auguran un buen presagio. Le corresponde a Petro desvirtuar esa presunción, más pronto que tarde. Es precisamente esa presunción la que muestra la necesidad, más que la conveniencia, de la existencia de un fuerte control político -que hoy no se vislumbra- y de un empresariado verdaderamente organizado y atento al desarrollo de los acontecimientos, presto a defender los principios de la libre empresa, la propiedad privada y la democracia.  No hacerlo configuraría una irresponsabilidad enorme. Los medios de comunicación tienen igualmente un papel preponderante que jugar en esta nueva etapa que atravesará Colombia.

La democracia no se defiende sola. Hay que trabajar por ella y las élites y las clases dirigentes son responsables de ese trabajo, para asegurarse de que no desaparezcan los límites hoy existentes entre las ramas del poder, cuya lamentable consecuencia sería la de pasar de una democracia -por imperfecta que sea- a una tiranía insoportable. Estamos advertidos.

Por José Fernando Torres

por:José Fernando Torres

José Fernando Torres

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