Caparrós y Villoro, sin arquero al frente: “El fútbol es ser un salvaje feliz durante un par de horas”

El escritor argentino y el mexicano hablaron sobre la mafia de las barras bravas, en la Feria del Libro de Bogotá. Además, hubo un poema para Messi.


Martín Caparrós es hincha de Boca Juniors y Juan Villoro, de Necaxa.
Martín Caparrós es hincha de Boca Juniors y Juan Villoro, de Necaxa. / Foto: AFP

Sebastián Arenas

abril 21 de 2023
06:08 p. m.
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En comienzos de la década del 30, no se sabía que muchos años después, frente al pelotón de La 12 —barra de Boca Juniors—, el astro Diego Armando Maradona celebraría con una franja amarilla en el pecho. En aquel mencionado tiempo, la banda roja cruzada disfrutaba de su primer gran goleador, Bernabé Ferreyra, ídolo de River Plate que Martín Caparrós —quien gritó los goles del Pelusa y escribió Boquita— detalló en su novela Todo por la patria.

Caparrós (Buenos Aires, 29 de mayo de 1957) describe a Ferreyra como un futbolista ultratalentoso, pero desordenado en su vida personal (históricamente, miles de casos). Quizás lo eligió a él para su obra por ser justamente un emblema del máximo rival de su amado Boca Juniors, el club que le mencionó Juan Villoro (Ciudad de México, 24 de septiembre de 1956) en la futbolera charla que compartieron en la Feria del Libro de Bogotá.

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Esa conversación, moderada por el periodista colombiano Santiago Rivas, comenzó con una sentencia del argentino: “El fútbol permite revelar una cantidad de cosas que uno esconde. Es la pasión de la salvajería feliz (…) Por 90 minutos me convierto en una especie de idiota, a quien nada le importa más que la tontería de que esa bola de cuero ingrese al arco”. Es el sentimiento de millones en un planeta donde la pelota es sagrada.

El adorado objeto redondo salva, cuida, une, protege. Acoge, abraza. “He conocido personas razonables, aburridas. Esta gente, que creemos que no tiene pasión interna, en los partidos insulta”, dijo el mexicano. Y esa inexplicable locura comienza desde la infancia, cuando el enamoramiento por una escuadra se convierte en un acto eterno. Por eso, de club no se cambia.

“El fútbol te lleva a tu infancia. Querer cambiar de equipo es como cambiar de infancia y que ya no te gusten los colores que te gustaron desde niño”, agregó el autor de Dios es redondo y Balón dividido y a quien le gustaría que el más popular de los deportes ayudara a “salvar la humanidad y fuera una forma de filantropía”. Para él, no lo es. Simplemente el balompié es un desahogo de la realidad. Es donde muchos descargan las rocas emocionales que les pesan en sus adentros.

Y como en toda actividad humana, hay algunos villanos. Los que se enfrentan con la Policía porque les dejan de dar lo que nunca les ha pertenecido. Los que invaden el verde césped para agredir a quienes representan sus colores en el terreno de la verdad. Los que amenazan con machetes a quienes portan otra camiseta, y los que responden tirándoles piedras a los buses que los transportan.

“Las barras bravas son organizaciones mafiosas destinadas a ganar mucho dinero”, ratificó Caparrós, quien tuvo que alojar en su habitación a tres barristas de Boca en Tokio, durante el Mundial de Corea y Japón 2002. El temor le obligó a hacerlo. A dichos cuestionables personajes, dirigentes del fútbol les dieron boletas para revenderlas, aunque en ese entonces el ya fallecido Julio Grondona, expresidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), negó que había integrantes de barras bravas en la Copa del Mundo.

Ellos robaban suvenires en las tiendas asiáticas y se los llevaban de regalo al ideólogo de La noche anterior. Y él observaba las charlas de ellos acerca de su accionar mafioso. Uno que, lo recordó Villoro, parte desde el ente que rige el fútbol: la FIFA. Y rememoró el escándalo entre hinchas de Querétaro y Atlas en el estadio La Corregidora, en marzo del año pasado. “Fue el enfrentamiento de dos barras bravas que están controladas por el narcotráfico”, puntualizó, como un reflejo de las constantes tragedias que ha vivido su país —y el nuestro también— por ese mal que no cesa.

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Esos males, aseguró Caparrós, no están en el fútbol femenino, que es la “gran reserva de la honestidad”. A él le gustaría que los hombres jugaran como las mujeres, sin mentalidad de engaño. “Ahí no hay trampa. No hay jugadores como Neymar, un dotadísimo que lo tocan, rueda diez metros y se pone en estado de estertor. Y entonces llega un utilero con una esponja, se la pasa por la frente y resucita”.

Los sufrimientos de este hincha del Necaxa aumentan en los mundiales. En ellos vio jugar a Maradona, de quien valora que “todos los que alguna vez jugaron con él, jugaron mejor por el solo hecho de jugar con él”. En ellos, México se ha enfrentado varias veces a Argentina. En Catar 2022, la selección albiceleste despegó en ese encuentro, con un gol de Lionel Andrés Messi Cuccittini. “Como buen mexicano, he aprendido que no solamente me gusta el fútbol, me gusta perder ante Argentina”.

Esa Argentina que dejó de criticar al astro zurdo y lo arropó. Y él fue preponderante en Medio Oriente. Sobre la épica consagración tras la mejor final de todos los tiempos ante Francia, Caparrós le escribió a Villoro, en palabras que intercambiaron durante el Mundial, que publicó El País y que leyó en Corferias.

“Eran once y eran tantos, / todos con una intención: / darle a uno el corazón / que otra vuelta había perdido: / querían que el héroe herido / conquistara su ilusión (…) Era por Él y por tantos / que esperaban la victoria / para salir de la noria / en que viven cada día. / Y si no salen saldrían / en esta noche de gloria. / Para eso Él también corría: / volvió a ser el que era antaño / como si nunca los años / por su cuerpo hayan pasado: / si parecía embrujado / tirando pases y caños. / Lo llamo Él por respeto / y porque no tiene rima. / Ni vos ni vos ni mi prima / sabrán qué rimar con Messi. / Yo tampoco, así que ni esi; / es Él o nada, y domina”, recitó Caparrós.

Fue una conversación en la que Caparrós y Villoro se tiraron constantes paredes, se habilitaron y entendieron los movimientos del otro. No había arquero. Solo seres que intentan explicar lo indescriptible: el amor al “fúlbo” (como lo dice Messi). Que se mezcla con letras, con aplausos, con poesía.

“Eso es el fútbol. Es permitirse cualquier exabrupto que muchas veces no se permite. Es poder ser un salvaje feliz durante un par de horas, dos veces por semana. Con eso me alcanza completamente. Todo lo demás son lastres o añadiduras. Si puedo ser ese salvaje, voy a seguir siendo un tonto futbolero”, cerró el escritor campeón del mundo.

@SebasArenas10

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