"Quedó todo en lodo": así fueron las desgarradoras palabras que anunciaron la tragedia de Armero
Leopoldo Guevara, piloto de la Defensa Civil, fue el primero en confirmar por radio que el pueblo había sido arrasado.
Noticias RCN
08:14 a. m.
La noche del 13 de noviembre de 1985 quedó grabada en la memoria de Colombia como una de las más trágicas de su historia.
La erupción del volcán Nevado del Ruiz desató una avalancha que descendió con furia desde Caldas hasta Tolima, destruyendo todo a su paso. En cuestión de minutos, Armero desapareció bajo toneladas de lodo.
Esa madrugada, mientras el país intentaba comprender lo ocurrido, una voz por radio pronunció las palabras que nadie quería escuchar:
Pues que Armero quedó arrasado en casi el ciento por ciento, quedó arrasado Armero.
Era la voz de Leopoldo Guevara, piloto de la Defensa Civil y testigo directo de la tragedia. Junto a un compañero, había sobrevolado el lugar para confirmar lo que ya temían: Armero había dejado de existir.
¿Quién fue la persona que anunció la tragedia en Armero?
Cuatro décadas después, Leopoldo aún recuerda con precisión las horas previas a la catástrofe. Antes del desastre, había participado en simulacros de evacuación en el municipio, intentando alertar a la población sobre el riesgo. Pero la respuesta fue mínima.
Hicimos un simulacro en cuatro manzanas, no salió todo el mundo, salió uno. Pero, ¿qué pasó? Cuando regresaron los que habían salido, les faltaba la licuadora, el horno microondas… Entonces, cuando se trató de hacer el segundo, dijeron: ‘¿para qué, si salimos y nos roban?’.
El volcán ya daba señales. La ceniza que empezó a caer la tarde del 13 de noviembre fue la última advertencia. Ese mismo día, Leopoldo se encontró con el entonces alcalde, Manuel “Moncho” Rodríguez, quien presintió lo peor.
El alcalde llorando me decía que Armero se iba a desaparecer, pero que nadie le paraba bolas. A él lo llamaban el loquito del volcán.
Pasadas las 11 de la noche, la avalancha del río Lagunilla descendió con una fuerza imparable. En minutos, todo quedó cubierto por una mezcla de lodo, piedras, troncos y escombros.
A las 11 y media de la noche decidimos que yo en el carro seguiría hacia Armero. Llegamos al cruce, había mucho barro, estaba caliente y olía a azufre. No seguimos, el barro ya tenía unos 50 centímetros de altura. Nos devolvimos. No se podía avanzar.
Las desgarradoras palabras que anunciaron la tragedia de Armero
Al amanecer, junto a su compañero Fernando Rivera, tomó una avioneta de fumigación para constatar lo que todos temían.
Faltando unos segundos vi algo… pero no vi Armero. Pensé que por el calor del barro la neblina se había disipado. Pero no: era un playón. No hablamos nada. Estábamos mudos, viendo.
Desde el aire, lo que observaron fue devastador. Donde antes había calles, casas y vida, solo quedaba una planicie de barro. Techos flotaban a la deriva, y pequeñas figuras humanas intentaban aferrarse a lo que quedaba.
Fue en ese momento cuando Guevara, desde su radio, lanzó el mensaje que estremecería al país:
Eso quedó todo en lodo. Borró casas, borró todo, todo.
El periodista que lo escuchaba al otro lado de la frecuencia le preguntó si tenía una estimación de las víctimas. Su respuesta fue tan clara como desgarradora:
Vea, ¿sabe qué, Jorge? La mejor forma es que averigüen cuántos habitantes tenía Armero. Y de ahí saquen la cuenta: no hay ni siquiera un 2% de sobrevivientes.
¿Cómo pudo sobrellevar el desgarrador momento?
Tras las palabras del piloto, los organismos de rescate comenzaron a desplazarse de inmediato, y pocas horas después, el propio presidente llegó al lugar.
Yo lo saludé. Él estaba llorando. Se agachó un poquito y yo pensaba: no me pueden pasar tantas cosas.
Sin embargo, el impacto emocional fue profundo. Ver a miles de personas sepultadas, entre ellas familias enteras, lo dejó marcado para siempre.
Después de eso no dormía. Tenía pesadillas con lo que vi. Todo el pueblo desaparecido, los niños, los animales, los techos flotando. Era como si el mundo se hubiera acabado.
Su vida cambió meses después, en julio de 1986, cuando tuvo un encuentro con el Papa Juan Pablo II.
Ese rosario me lo dejó él. Me dijo: ‘Mi amigo Leopoldo, háganlo todos los días y su vida cambiará’. Y así fue. Con eso volví a la normalidad.
Ahora, en el Campo Santo donde reposan los restos de miles de víctimas, el viento parece arrastrar los ecos de aquella noche. Las cruces, los nombres y los recuerdos permanecen entre las ruinas de un pueblo que ya no está.



